jueves, 9 de septiembre de 2010

Paseando por Marrakech



50º centígrados.

Esa era la temperatura que me encontré el día que llegué este agosto. Podía haberme ido a otro lugar más fresquito. Sí, tal vez, pero cada viaje es una aventura sea cuando sea. Con el clima que haya en ese momento.

Calor y ramadán. Sólo había que ver a la mayoría de gente a la sombra casi sin moverse. Marrakech es una ciudad de contrastes. Inactividad de día, fiesta y jolgorio de noche. Desierto seco y cascadas de montaña en el Atlas. Tiendas de lujo con zocos viejos y polvorientos. Es una ciudad distinta y misteriosa.

Y el su corazón, como centro neurálgico estaba la plaza Jmaa L´Fna, con su devenir de gente, motos, amaestradores de monos, encantadores de serpientes, cuentacuentos, tatuadoras de hena, vendedores ambulantes, puestos de zumos y comidas, olor a incienso... Todas las noches te atraía misteriosamente y finalmente terminabas en ella, paseándote, deleitándose con sus aromas árabes, gastando el dinero en algún antiguo artilugio o simplemente chupandote los dedos de los restos dejados por unos pastelitos de miel.

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